31 de julio de 2015

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Hace un mes nos despertamos con la triste noticia de que el niño contagiado de difteria, el primer caso de esta enfermedad en España en 30 años, había fallecido:



La difteria es una enfermedad producida por la bacteria Corynebacterium diphtheriae, la cual entra en el cuerpo a través de las vías respiratorias. Allí, además de producir una pseudomembrana que impide la respiración, la bacteria comienza a segregar una toxina que se disemina por todo el cuerpo a través de la sangre.

Para entender cómo actúa esta toxina, primero tenemos que conocer un poco el funcionamiento normal de las células que componen nuestro cuerpo. En una situación normal, las células producen proteínas, las biomoléculas más abundantes. Las proteínas son cadenas de estructuras más pequeñas, los aminoácidos, que se pliegan con una estructura específica para desarrollar múltiples funciones: estructural, de transporte, de reserva… Es también una proteína la propia toxina de la difteria.

Sin embargo, para producir estas proteínas la célula necesita una información, que es la que está en el ADN (contenido mayoritariamente en el núcleo). El ADN contiene toda la información necesaria para construir y mantener el organismo. Para producir las proteínas, la información del ADN se copia a ARN, que sale al citoplasma de la célula donde los ribosomas lo traducen y lo convierten en una proteína que luego realizará su función.

¿Qué hace entonces la toxina diftérica? La toxina que produce la bacteria llega a las células a través de la sangre y se une a un receptor en la superficie celular. Entonces se endocita y, en un momento dado, es capaz de abrir un canal en la membrana de la vesícula que forma y salir al citoplasma, donde inhibe la síntesis de proteínas. Las proteínas que se sintetizan no duran indefinidamente, sino que se degradan y han de ser reemplazadas por otras nuevas. Por tanto, el bloqueo de la producción de proteínas por la toxina diftérica impide construir nuevas y las células acaban muriendo. Por este motivo, además de causar problemas respiratorios, la infección por C. diphtheriae puede dar lugar a daños en otros órganos como el cerebro o los riñones y el corazón, como el caso del niño fallecido.



“Este caso se podría haber evitado con una vacuna”, afirman acertadamente en la noticia. Así es. Cuando un elemento extraño entra en nuestro organismo (como un virus o una bacteria), nuestro sistema inmune nos protege, entre otras cosas, produciendo anticuerpos, unas proteínas que reconocen específicamente a ese elemento extraño para ayudar a identificarlo y neutralizarlo. Cuando nos vacunamos contra la difteria, lo que hacemos es introducir en nuestro cuerpo un toxoide. Un toxoide es una forma de una toxina (diftérica, en este caso) cuya toxicidad se ha eliminado, pero que consigue que nuestro cuerpo produzca anticuerpos contra ella. De esta forma, si la bacteria C. diphtheriae nos infecta, nuestro cuerpo ya está preparado para identificarla y destruirla, y así no desarrollar la enfermedad, como sucedió en el caso de los niños vacunados en contacto con el chico enfermo.


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